Marco Martella es un maestro de la flânerie paisajística y literaria. Pasea con la misma naturalidad por los jardines históricos de Versalles o Bomarzo que por los márgenes de una carretera de provincias. En esta ocasión nos abre las puertas un término quizás demasiado solemne para una campiña que él mismo describe como llana y monótona de la región francesa de la Brie, al este de la cuenca parisina. El horizonte se extiende bajo un cielo gris hasta donde alcanza la vista. Nada atrae la mirada en el paisaje silencioso, hasta que uno de los lugareños nos revela un micromundo en el que no habíamos reparado. Porque, en su deambular, Martella siempre encuentra con quien hablar, alguien que guarda una historia singular que nos hace ver el mundo con ojos nuevos. Personas jardín, podríamos llamarlas, y a Martella, el jardinero poeta que las cultiva para nuestro deleite. De su mano nos asomamos a la casa de un profesor de literatura que ya no cree en la literatura, al chalet con fantasma de unos recién casados, a los huertos y jardines escondidos como los de su amigo el Siberiano, al jardín imperfecto del pensador d